La luna.

Hay tanta soledad en ese oro.

La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán.

Los largos siglos de la vigilia humana,
la han colmado de antiguo llanto. 
Mírala. Es tu espejo.

Cuenta la historia que en aquel pasado,
tiempo en que sucedieron tantas cosas
reales, imaginarias y dudosas,
un hombre concibió el desmesurado 
proyecto de cifrar el universo
en un libro y con ímpetu infinito 
erigió el alto y arduo manuscrito,
y limó y declamó el último verso.

Gracias iba a rendir a la fortuna
cuando al alzar los ojos vio un bruñido
disco en el aire y comprendió, aturdido,
que se había olvidado de la luna.

De lejano marfil, de humo, de fría
nieve fueron las lunas que alumbraron
versos que ciertamente no lograron
el arduo honor de la tipografía.

Sé que entre todas las palabras, 
una hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
con humildad. Es la palabra luna.

Ya no me atrevo a macular su pura
aparición con una imagen vana;
la veo indescifrable y cotidiana
y más allá de mi literatura.

Sé que la luna o la palabra luna
es una letra que fue creada para
la compleja escritura de esa rara
cosa que somos, numerosa y una.

Es uno de los símbolos que al hombre
da el hado o el azar para que un día
de exaltación gloriosa o de agonía
pueda escribir su verdadero nombre.


(J.L.Borges)

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