Así,
me voy mirando al mar
y sus arrugas,
pisando la arena que quema
la herida de tu recuerdo,
y tu añorado labio.
Me voy de tí.
Y así salgo de tu ombligo,
me escurro en tus pupilas
para que no puedas verme
ni yo a vos, verte.
Así me voy de ti,
como el estío,
deslizando su mansa inmensidad de siesta
hacia la tibia umbría del otoño
de colores maduros y aromados,
y sabor a olvidanza.
Así,
como quiso el sol de los años,
y el abrigo de tu cordillera,
montada sobre la mía
siendo niebla y algodón.
Así,
después del sol a mediodía
—plenilunio de luz y de latido—,
hacia el rubor más núbil de las hojas.
Con el tiempo en las manos:
lentamente a la ausencia.
Así.
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