Solté el aire.


De repente, de un momento para otro, me di cuenta de que ya no estaba llorando. De hecho, había dejado de llorar en mitad de un sollozo. Me había quedado totalmente vacía de sufrimiento, como si me lo hubieran aspirado. Levanté la frente del suelo y me quedé ahí sentada, sorprendida y casi esperando encontrarme ante el Gran Ser que se había llevado mis lágrimas. Pero no había nadie. Estaba yo sola. Aunque no estaba sola del todo. Me rodeaba algo que sólo puedo describir como una bolsa de silencio, un silencio tan extraordinario que no me atrevía a soltar aire por la boca. Estaba completamente invadida por la quietud. Creo que en mi vida había sentido semejante quietud ...
Entonces oí una voz. No era una voz hueca, ni una voz de esas que te dicen algo extraordinario. Era mi propia voz, ni más ni menos, hablándome desde adentro. Pero era una versión de mi propia voz que yo no había oído nunca. Era mi voz, pero absolutamente sabia, tranquila y compasiva. Era como sonaría mi voz si yo hubiera logrado experimentar el amor y la seguridad alguna vez en mi vida. ¿Cómo podría describir el tono cariñoso de aquella voz que me dio la respuesta que sellaría para siempre mi fe en la divinidad? La voz dijo: Vuelve a la calma, Lau. Y solté aire...

(C.R.A)

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